Una polémica ley impulsada por el gobierno de Piñera que no obstante puede significar más beneficios que costos
Cuando el ciudadano a cargo de dirigir un país es un hombre de negocios y de derecha, no se esperan alzas de impuestos. En Chile, el billonario presidente conservador Sebastián Piñera ha propuesto exactamente esto. Si las alzas son pasajeras, son justificables ante un evento como el 27-F. No obstante, la iniciativa que busca encarecer la "comida chatarra" (junk food) tiene varias aristas que desafían a la ortodoxia libremercadista.
En principio, Chile Liberal se opone a que un gobierno, aunque sea con la mejor intención (como suele ocurrir), busque modificar el comportamiento de los gobernados, protegiendo a los individuos de ellos mismos. Sentamos un mal precedente si le entregamos poder al gobierno para decidir qué es bueno y qué es malo: cada cual sabe mejor qué le conviene. Y si alguien no lo sabe, no es asunto del gobierno el entrometerse. Si fumo demasiado tabaco y me da cáncer, ¿debe el sistema público costear mi tratamiento de cáncer al pulmón? No. Es una cuestión de elección personal y el fumador debe asumir los costos ¿Debe el sistema público costear el tratamiento de leucemia a un niño que no elige comportamiento alguno que le genera dicha enfermedad? Quizás, aunque preferiríamos un sistema de seguros privados que cubra el tratamiento. ¿Debe prohibirse el consumo de alcohol para que no me de cirrosis, o para que no me despidan por ausentismo laboral y para que no me abandone mi mujer y mis hijos no me odien? No, porque yo puedo perfectamente beberme una copa de vino y me importa un pico si alguien se bebe una garrafa entera y se emborracha: son dos cosas distintas.
Por lo mismo, si consumo comida chatarra al extremo de caerme para ambos lados, es asunto mío. ¿Qué tiene que meterse Tatán y los parlamentarios en la elecciones de los individuos? La respuesta es: nada tienen que ver.
Pero, alas, no todo es tan simple. Si el humo de mi cigarillo molesta al que está al lado mío y le obliga a inhalar mi nicotina, entonces es legítima la imposición de reglas. Si Perico se bebe un whiskey y conduce su vehículo, arriesga no sólo su vida, sino que el peligro es inminente de que cause un accidente que afecte a terceros. Es legítimo castigar ese comportamiento. La cosa se complica aún más si consideramos por ejemplo que forzar a todos los conductores a usar el cinturón de seguridad disminuye drásticamente la mortalidad en accidentes de tránsito, tal como el uso del casco en los motociclistas. Alguien puede alegar "no quiero que el gobierno me obligue a usar cinturón de seguridad ni casco, soy libre y es cosa mía". Pero considerando que se evita un daño físico evidente al individuo, y la interferencia en la libertad personal es muy menor, en casos en que los beneficios ampliamente superen los costos y las molestias, el principio del daño de John Stuart Mill también puede doblegarse ("el gobierno puede legítimamente actuar contra la voluntad de un individuo es para que no cause daños a otros"). Lo fundamental es que se evita un daño imponiendo el cinturón de seguridad o el casco, no se impone una conducta moral porque el andar sin cinturón o con el pelo suelto es inherentemente bueno o malo.
En el caso de la comida chatarra, ¿se justifica cobrar un impuesto para encarecerla? En este artículo, Chile Liberal sostiene que sí, aunque las razones que expondremos probablemente difieran de la lógica del gobierno y los parlamentarios, si es que éstos han considerado lógica alguna (lo dudo).
Seamos clínicos
Tim Harford, economista y comentarista en el Financial Times de Londres, arguye que las ideas políticas deben testearse aplicando "pruebas controladas aleatorias" (PCA), una forma de prueba clínica. Este es justamente la aproximación política que propone el blog Chile Liberal a nuestros honorables parlamentarios, y también a Su Excelencia el presidente Tatán. Si usamos PCA para determinar la procedencia o no de un impuesto a la comida chatarra, ¿qué pasará?
Nos llevaremos varias sorpresas. Para empezar, aclaro que todos los datos que Chile Liberal entrega son fidedignos y obtenidos de este dossier en el sitio web de The Economist, donde se recopilan diversos estudios sobre la materia. Aquí vemos que los impuestos aplicados según la cantidad de calorías que contiene un alimento sí surten efecto en la reducción de la obesidad. Con índices de precio-comida distorsionados para reflejar mejor los alimentos altos en calorías, de modo que un cambio en el precio de la mantequilla tenga más impacto que en las lechugas, en un período de 2 años un aumento de precio de un 10% en la comida chatarra reduce el índice de masa corpotal (IMC) un 0,22. (En Chile el diputado Girardi —sí, el del inaceptable incidente con Carabineros— propuso un 20%.) Sin embargo, en un período de 20 a 30 años, la reducción de IMC es de 1 a 2 puntos, lo que es bastante. Si consideramos que la obesidad en EEUU desde 1980 ha aumentado un 15%, si se hubiese gravado un 10% la comida chatarra en EEUU en 1980, hoy no sufrirían la epidemia de obesidad que les aflige. Desde esta perspectiva, el subir los impuestos a la comida chatarra tiene perfecto sentido.
El infaltable Arthur Pigou
Los economistas clásicos siempre han advertido sobre la necesidad de aplicar ciertos impuestos que corrijan las externalidades generadas por ciertos comportamientos, como por ejemplo, el daño que produce el consumo de tabaco o el impacto ambiental de emitir CO2 a la atmósfera. Este concepto lo elaboró Arthur Pigou, un economista inglés, de ahí que se les llame "impuestos pigouvianos".
La comida chatarra, como sabemos, es nociva para la salud. En un sistema de sanidad socializada, como el NHS británico, el argumento a favor del impuesto es tan lamentable como necesario, considerando que en los últimos 3 años han gastado 7 veces más en tratar problemas derivados de la obesidad. Pero aunque la salud sea completamente privada, por la naturaleza escasa de los servicios sanitarios, es inevitable ponerle atajo a los kilos demás para combatir las externalidades. Una defensa de un impuesto pigouviano pareciera deseable (no crean que el senador Girardi sabe qué es un impuesto pigouvuano; a todo esto, ¿cómo chucha es que reeligieron a ese huevón?)
O sea, si seguimos el método que nos propone Tim Harford, y si evaluamos los estudios realizados, y si consideramos la lógica pigouviana, concluímos que parece adecuada la idea de aplicar este impuesto.
Las objeciones
Pero no obstante, debe ser una medida transitoria hasta que podamos testear sus efectos con datos concretos. Especialmente, para sopesar los inconvenientes. Y el primero es que no está claro qué se debe gravar. ¿Las calorías y el contenido de azúcar? Si es así, podría producirse el efecto contrario, como aduce el Journal of Public Economics. Si la gente prefiere comprar alimentos sanos y bajos en azúcar y calorías, como pretenden los políticos, entonces se necesita más tiempo haciendo las compras y cocinando, en desmedro del tiempo dedicado al deporte y la actividad física en general, o sea, se aumentará de peso igual. Podríamos además preguntarnos qué pasa con aquellos que comen comida chatarra en moderación y practican deporte. Como es improbable que suban de peso, ¿por qué habría que castigarlos?
Algunos astutos propondrán cobrar impuesto a la cantidad de grasas saturadas, más que las calorías. Esta idea es resistida por Vuestro Humilde Servidor. Ya he explicado qué es la paradoja francesa: los galos comen más grasas (piensen en los quesos o el foie gras), alcohol (vinos, cognac, champagne), y embelecos varios (pain au chocolat, macarron, you name it), atiborrados de grasas, pero los franceses no sufren del problema de obesidad del mundo anglosajón. En lo personal, Vuesto Humilde Servidor es un huevón sibarita, porque conozco perfectamente la diferencia entre comer rico y comer como las weas, y lo último que aceptaría es, aparte de las estúpidas restricciones a la importación de quesos, embutidos y otros por parte de esa mierda llamada SAG, más encima, es tener que pagar hasta las ganas por comer un queso camembert de verdad, ya que a un iluminado del gobierno se le ocurrió que el queso tiene mucha grasa y tengo que pagar tributos por ello. Ya vivimos la anomalía de estar sometidos a las restricciones de gobierno y no comer "quesos no pasteurizados" (oxímoron), como para que nos vean la cara de giles con más impuestos.
Si la gente es gorda porque come mucho: chucha, hagan deporte poh weon. Yo voy al gimnasio dos o tres veces a la semana, jugué principalmente Fútbol 5 y a veces tenis, ahora por un tiempo hockey, y he corrido como amateur la maratón de Londres una vez, y 3 veces la Course des Volcans: 25 km en las montañas del massif central de Francia, entre muchas otras de 10 km y media-maratones. Así que no me vengan a joder. Reconozco que el sedentarismo se ha apoderado de Chile, y los hot dogs del Doggis junto a la irrupción de McMierda y la infaltable grosería del chileno para comer, están generando una epidemia de proporciones norteamericanas en Chile. Es inevitable que veamos luego, tal como visto en EEUU con mis propios ojos, la hamburguesa de una libra. Ya luego veremos que hay gente que necesita sillas especiales ya que tienen el poto del porte de Brasil.
Mi aversión contra la comida chatarra es visceral. Odio McMierda, Burger Mierda, y todo lo que se le parezca. Veo un Pizza Hut y me revuelve el estómago, igual que Domino's. Sólo un palurdo inconsciente puede poner pie en uno de esos locales. El que lo haga, se merece pagar hasta las ganas. De hecho, un padre que lleve a su hijo a comerse un Ataque Cardíaco Feliz en McMierda merece que los servicios sociales le quiten la custodia de su hijo, tal como si le diese heroína. Sólo un bucéfalo sería capaz, más encima, de decirle a su pequeño "ya Pablito, si se porta el bien el domingo lo llevo al mall y le compro un McDonald's". Para empezar, como cresta no tienen otra cosa que hacer que ir a un mall. Segundo, cómo es posible premiar a un niño dándole un infarto frito con una gaseosa repleta de azúcar. Me parece inaceptable, en lo personal no lo hago ni tampoco voy mucho a asados, donde se come de manera angustiante. Gracias al amigo Peter Singer es que al menos tengo respeto por la carne, si bien no me da para ser vegetariano, pero el aumento del poder adquisitivo del chileno ha llevado convertir los asados en bacanales pantagruélicas que atentan contra mi ética de la moderación. Además, me sentiría menos ofendido si alguien me dijiese que vio a mi madre prostituyéndose en la esquina para comprarse pasta base que me insinúen siquiera contemplar remotamente la idea de poner pie en un McMierda o pedir un TelePizza.
El último punto que debemos tener en cuenta es que rara vez las modificaciones de precio se traducen en cambios de conducta en los sectores menos educados, incidentemente, los que más consumen comidas densas en calorías. Por ello, un aumento de impuesto a la comida chatarra sería altamente regresivo. En vez de ayudar a los pobres a que se alimenten bien, los perjudicarán. Algunos son tan obtusos que preferirán joderse de hambre que cambiar de hábitos nutricionales.
Nuestro veredicto
No obstante, sopesando los argumentos a favor y en contra aquí expuestos, Chile Liberal invita al gobierno a aplicar el impuesto, siguiendo el razonamiento pigouviano. Pero con una objeción: que sean ciertas comidas las afectadas, y que, siguiendo el método que propone Tim Harford, una prueba controlada aleatoria se lleve a cabo luego de un período determinado (unos 10 años, digamos) y si la medida ha sido contraproducente, deroguémosla. Es la propuesta de Chile Liberal.
Añoramos además que los productores de alimentos, siendo Chile país líder mundial en la materia, comiencen a mejorar la calidad, ya que la buena comida por lo general no afecta la salud. En lo personal, me agrada la iniciativa de la Association Fromages de Terroirs, de Francia, que creó un calendario para promover sus quesos. La buena comida es parte del arte de vivre, y algunos alimentos que en apariencia son calóricos y grasos, como el queso, consumidos inteligentemente, y no como bestia, no tienen nada de malo. Bueno, después de ver el calendario me pregunto si no será necesaria simplemente la única medida que con toda seguridad surtirá efecto: aplicar un impuesto a los gordos.